Patriarca San José

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Patriarca San José


"Custodio del Verbo Encarnado y Modelo de Vida Oculta."


San José, esposo virginal de la Santísima Virgen María y padre adoptivo de Nuestro Señor Jesucristo, permanece como el más silencioso de los grandes santos, pero también como uno de los más gloriosos. Su vida, oculta a los ojos del mundo, fue una sinfonía de obediencia, humildad y amor puro. En él se cumplió el ideal del varón justo, como lo proclama el Evangelio: “José, su esposo, que era justo…” (Mt 1,19). 

Vamos a recorrer con dulzura y reverencia la vida de San José, desde su juventud hasta el tránsito hacia su muerte, iluminada por las revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick y por el testimonio de los Santos y Papas de la Iglesia Católica.


I. Orígenes y Juventud: El Silencio de la Virtud.

Según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick, San José nació en Belén, descendiente de la casa de David. Su padre se llamaba Jacob, y vivían en una casa que había pertenecido a Jessé, padre de David. Desde joven, José se distinguió por su amor al trabajo manual, su pureza y su vida de oración. Era considerado por algunos como “demasiado simple” pero su alma estaba adornada con las más altas virtudes.


San Bernardino de Siena afirma que José fue santificado en el seno materno, como lo fue San Juan Bautista, y que vivió en castidad perfecta desde su juventud. Su vida era un continuo ofrecimiento a Dios, en espera del cumplimiento de las promesas mesiánicas. De él nos dice: “San José fue elegido por el Padre eterno como custodio fiel de sus tesoros más preciosos: su Hijo y su esposa. Esta elección lo honra más que cualquier otro santo después de María.”


II. El Desposorio con la Virgen María: Misterio de Pureza y Providencia.


El desposorio entre San José y la Santísima Virgen María fue un acto profundamente guiado por la Providencia Divina. La Beata Ana Catalina Emmerick relata que, cuando se buscaba esposo para la Virgen María, aún muy  jovencita fue presentada en el Templo para elegir esposo, según la costumbre. Los sacerdotes convocaron a los varones solteros de la casa de David y a cada uno se le entregó una vara y oraron por una señal del Cielo para discernir al elegido. 

San José recibió su vara con temblor y oración. Ante la mirada de todos, su vara floreció milagrosamente y de ella brotó una blanca azucena, símbolo de su castidad y elección divina. Además, según la visión, una paloma descendió sobre él, confirmando su pureza y elección como esposo de la Virgen María


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Así comenzó su vida como esposo virginal, modelo de obediencia y silencio, en quien Dios confió a la Virgen María y al Niño Jesús.

San Francisco de Sales escribe: “¡Oh, qué unión tan santa! ¡Qué casto matrimonio! ¡Qué vida tan celestial!” José fue el más amante de los esposos, el más tierno de los padres, el más fiel de los servidores.”

Con este vínculo virginal, San José se convirtió en el guardián del mayor tesoro de la humanidad: la Madre de Dios.


III. Protector de la Sagrada Familia: Fidelidad en la Prueba.


La vida de San José junto a Santa María y el Divino Niño Jesús fue una peregrinación de fe como el protector de la Sagrada Familia en la prueba. 

Después de la adoración de los Magos, el peligro se cernía sobre el Divino Niño Jesús. Herodes, turbado por la noticia del nacimiento del “Rey de los judíos”, tramaba su muerte. San José recibió en sueños la visita de un ángel del Señor, quien le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (Mt 2,13).

Desde el anuncio del ángel en sueños, San José protegió a la Sagrada Familia en la huida a Egipto y fue el escudo silencioso que protegió al Verbo Encarnado.

San José recogió lo necesario y partió con la Virgen María y el Divino Niño Jesús hacia Egipto. La Beata Ana Catalina Emmerick describe este viaje como arduo y lleno de privaciones. El camino era desconocido, el desierto era implacable. No había posadas ni sombra, sólo arena abrasadora de día y frío penetrante de noche. San José montaba una pequeña tienda con su manto, y el calor que abrigaba a la Sagrada Familia era el fuego de su caridad y fe. 

Durante el trayecto, San José guiaba con firmeza, confiando en las indicaciones del ángel. Santa María llevaba en brazos al Divino Niño Jesús, y juntos meditaban las maravillas de Dios. San José, como verdadero padre, protegía, consolaba y servía, en silencio.


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Ya en Egipto, se establecieron en una casa sencilla, posiblemente en Heliópolis o en las cercanías de El Cairo, según algunas tradiciones. Vivieron en pobreza, pero con dignidad. San José trabajaba como carpintero, y su fama de hombre trabajador y justo se extendió entre los locales. El Divino Niño Jesús crecía en sabiduría y gracia, y Santa María conservaba todo en su corazón. 

La presencia de la Sagrada Familia santificó aquella tierra pagana y muchos fueron tocados por su ejemplo.

Pasado un tiempo, el ángel volvió a aparecer en sueños a San José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y regresa a la tierra de Israel, porque ya han muerto los que querían matar al niño” (Mt 2,20). San José obedeció nuevamente, y al saber que Arquelao reinaba en Judea, decidió establecerse en Nazaret, cumpliendo así las profecías: “Será llamado Nazareno” (Mt 2,23).


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Óleo "La Sagrada Familia" por Bartolomé Esteban Murillo 


En Nazaret, San José vivió como carpintero. Enseñó a Jesús el oficio de carpintero, formando al Verbo en su humanidad. Allí enseñó a Jesús el oficio, no sólo con herramientas, sino con ejemplos de paciencia, laboriosidad y rectitud. El Divino Niño Jesús, en su humanidad, aprendió de San José a amar el trabajo y a respetar la creación.

La Beata Ana Catalina Emmerick, una religiosa agustina alemana del siglo XIX, conocida por sus revelaciones sobre la vida oculta de Jesús, Santa María y San José relató que, un día, mientras vivían en Nazaret, el Divino Niño Jesús, con la inocencia propia de su edad pero con la sabiduría divina que lo habitaba, tomó unos trozos de madera en el taller de San José y construyó una pequeña cruz. Lo hizo con naturalidad, como si fuera un juego, pero con una profunda intención profética. San José, al ver aquella cruz en manos de su Hijo, se estremeció. Su alma, iluminada por la gracia, comprendió que ese símbolo no era casual. Sintió una tristeza santa, una mezcla de dolor y reverencia, pues intuía que aquel Niño que él había criado con tanto amor estaba destinado a sufrir por la redención del mundo.

La Beata Ana Catalina Emmerick describe que Santa María también presenció el momento, y aunque no dijo nada, guardó ese gesto en su corazón, como tantas otras señales del misterio de la Pasión que se iba revelando poco a poco. La escena está impregnada de silencio, ternura y una anticipación dolorosa del sacrificio redentor.

Este episodio, aunque no aparece en los Evangelios, ha sido recogido por la tradición espiritual como una muestra de cómo la vida oculta en Nazaret estaba ya orientada hacia el Calvario, y cómo San José, en su papel de padre y protector, vivió también una forma de participación anticipada en la Pasión de Cristo.


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IV. La "buena muerte" Santa de San José: Tránsito en los Brazos de Jesús y María.


La muerte de San José es considerada por la tradición como la más dulce y santa, pues ocurrió en presencia de Jesús y María.

La Iglesia ha venerado desde antiguo la muerte de San José como modelo perfecto de una “buena muerte”. Siendo el esposo de la Virgen María y padre adoptivo de Jesús, se presume que murió antes del inicio de la vida pública del Señor, en Nazaret, rodeado por los dos corazones más puros que han existido: el de María y el del Verbo Encarnado.

San Alfonso María de Ligorio escribió con ternura: “¡Qué consuelo para San José morir asistido por Jesús y María! ¡Qué dicha para él cerrar sus ojos en los brazos del Salvador!”

San Francisco de Sales, por su parte, lo llama: “El más feliz de los hombres, porque murió en los brazos de Jesús y María.”

La Beata Ana Catalina Emmerick describe el momento del tránsito de San José como lleno de luz y paz. San José, rodeado por el amor de la Sagrada Familia, entregó su alma en silencio, como había vivido. San José murió en paz, en su lecho humilde, con Jesús a su lado sosteniéndole la mano, y María consolándolo con palabras de esperanza.  No hubo dolor sino una entrega serena, como quien sabe que ha cumplido su misión. El ambiente estaba lleno de luz sobrenatural y los Santos Ángeles acompañaban a la Sagrada Familia.


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Por esta razón, San José es invocado como patrono de los moribundos, protector en el último tránsito, y modelo de confianza en Dios. Su muerte no fue pública ni gloriosa, pero fue la más santa, porque ocurrió en el silencio del hogar, en la intimidad del amor divino.

San José es el santo del silencio, pero su vida resuena con fuerza en el corazón de la Iglesia. Fue elegido para custodiar el misterio más grande: Dios hecho hombre. Su vida fue una continua oblación, una escuela de virtud para Jesús, y un refugio para la Virgen María. En él se cumple la profecía: “El justo florecerá como la palmera” (Sal 92,13). Su tránsito es modelo de muerte cristiana, y por ello es invocado como el patrono de la buena muerte.

Santa Teresa de Jesús de Ávila, mientras vivió se dedicó a promover la devoción a San José con fervor, lo consideraba patrono de la buena muerte, afirmando: “No recuerdo hasta ahora haberle pedido cosa que no me haya concedido. ¡Qué gran santo es este glorioso San José!” 

Sobre la devoción que le tenía a San José escribió la Santa de Ávila: “Tomé por mi abogado y señor al glorioso San José y me encomendé sinceramente a él; y descubrí que este mi padre y señor me libró tanto de este problema como de otros problemas mayores relacionados con mi honor y la pérdida de mi alma, y ​​que me dio mayores bendiciones de las que podía pedirle.” 

Como gran devota escribió: “Quien no encuentra maestro que le enseñe oración, tome a este glorioso santo por maestro y no errará en el camino.” “No sé cómo alguien puede pensar en la Reina de los Ángeles, durante tanto tiempo, sin agradecer a San José por los cuidados que le dio.” 

Los Papas de la Iglesia Católica también han sido muy devotos de San José como el Papa León XIII que escribió: “José fue verdaderamente el custodio de la Sagrada Familia, y por ello es justo que sea considerado el protector de la Iglesia universal.”

El Santo Padre San Juan Pablo II nos dijo: “San José es el hombre justo por excelencia, que nos enseña que la fe se vive en lo cotidiano, en el silencio, en el trabajo, en la obediencia.”


Que el ejemplo de San José inspire a los padres, trabajadores, y a todos los que viven en lo oculto, sabiendo que en lo pequeño y silencioso se puede abrazar lo eterno. San José, protector de la Iglesia, ruega por nosotros.



Autoría: Karla Patricia Rouillon Gallangos.



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Que Dios les conceda, a través del Arcángel San Miguel, las Gracias que necesiten.

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Karla Rouillon Gallangos

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