El Divino Niño Jesús
"Dios hecho Niño, obediente, pobre y oculto."
Contemplar al Divino Niño Jesús es penetrar en el misterio más tierno y desconcertante de la Encarnación: el Dios eterno, omnipotente y creador, se ha hecho Niño. No por necesidad, sino por amor. No por debilidad, sino por voluntad. En la fragilidad de su cuerpo infantil, en la humildad de su cuna, en la obediencia a Santa María y San José, se revela la grandeza de un Dios que no vino a ser servido, sino a servir.
Vamos a honrar la infancia de Nuestro Señor Jesucristo desde una mirada tradicional, recogiendo los testimonios de santos y místicos que han contemplado con profundidad este misterio. No se trata de una devoción sentimental, sino de una teología encarnada en pañales, en lágrimas, en juegos santos, en trabajo silencioso.
El Divino Niño Jesús no es una figura decorativa: es el Verbo hecho carne, que eligió crecer en pobreza, obediencia y ocultamiento.
I. El misterio de la Encarnación: Dios se hace Niño.
San Alfonso María de Ligorio, en sus meditaciones sobre la Navidad, exclama:
“¡Oh Niño divino! ¿Cómo es posible que siendo el Creador del universo, te hayas rebajado a nacer en un establo, entre animales, y a ser sostenido por el pecho de una Virgen?”
La Encarnación no fue una estrategia divina, sino una entrega absoluta. El Hijo de Dios no apareció como adulto, sino como infante, sujeto a las leyes del crecimiento humano.
II. La vida oculta en Nazaret: obediencia, trabajo y silencio.
Durante treinta años, el Divino Niño Jesús vivió oculto en Nazaret. No realizó milagros públicos, no enseñó en sinagogas, no fue reconocido por las multitudes. Vivió sujeto a sus padres, como lo afirma el Evangelio: “Y estaba sujeto a ellos” (Lc 2,51).
Santa Teresa de Jesús, en sus escritos, recomienda contemplar al Divino Niño Jesús en su vida doméstica: “No os apartéis del Niño Jesús. Pensad que Él, siendo Dios, obedecía a su Madre, trabajaba con su Padre, y se humillaba en todo. Allí aprenderéis la verdadera humildad.”
San Alfonso María de Ligorio medita: "¡Qué dulzura contemplarte en el pesebre, oh Niño divino! Tú, que sostienes el universo, te dejas sostener por los brazos de María. Enséñame a amar la humildad, a buscarte en lo pequeño.”
El trabajo de carpintería, las tareas del hogar, los juegos sencillos, todo en Él era santo. No hubo en su infancia pecado, ni distracción vana, ni rebeldía. Cada gesto era redentor, cada sonrisa era luz, cada lágrima era intercesión.
III. La pobreza elegida: sin privilegios, sin ostentación.
El Divino Niño Jesús no nació en un palacio, sino dentro de una gruta rocosa, situada en las afueras de Belén. No era una casa ni un establo construido, sino una cavidad en la piedra, utilizada por los pastores para resguardar animales. Tenía una entrada estrecha y un interior fresco, con paredes irregulares de piedra.
La gruta estaba dividida en pequeñas secciones. San José había preparado el lugar con gran cuidado: limpió el suelo, colocó heno limpio y organizó un rincón para que María pudiera descansar. En el momento del nacimiento, la gruta estaba iluminada por una luz celestial que Ana Catalina Emmerick describe como “más brillante que el sol, pero suave como la luna”.
La beata Ana Catalina Emmerick describe: “Vi al Niño Jesús tan pequeño, tan radiante, que parecía envolver con su luz a la Virgen María quien lo tomó con lágrimas de adoración y San José cayó de cara al suelo, temblando de amor y respeto.”
Dentro del pesebre había un asno y un buey, que según la beata, permanecían quietos y reverentes, como si comprendieran el misterio que presenciaban. Su aliento cálido ayudaba a mantener la temperatura del lugar. El Divino Niño Jesús fue colocado en una especie de manger de piedra que no era otra cosa que un pesebre tallado en roca que era utilizado antiguamente para alimentar animales. Éste fue suavizado con telas tejidas por la Virgen María que lo envolvió en pañales hechos por sus propias manos y lo depositó con ternura en ese improvisado lecho.
La atmósfera era de profunda paz. San José permanecía de rodillas de cara al suelo, en adoración. La Virgen María, en éxtasis, solo contemplaba al Niño con lágrimas de amor. Los Santos Ángeles llenaban el lugar. Los animales en quietud permanecían quietos y reverentes comprendiendo el misterio que allí ocurría.
No fue vestido con seda, sino con pañales humildes. No fue rodeado de cortesanos, sino de pastores. San Francisco de Asís, al contemplar el misterio del pesebre, lloraba de ternura: “¡Qué grande es el amor de Dios, que se ha hecho Niño pobre para que no temamos acercarnos a Él!”
La pobreza de Jesús no fue circunstancial, sino esencial. Él eligió nacer pobre, vivir pobre y morir pobre. La beata Ana Catalina Emmerick relata que en Nazaret, la Virgen María remendaba la ropa del Niño, y San José trabajaba largas horas para sostener el hogar.
“Vi al Niño Jesús durmiendo sobre un lecho de paja, con una manta tejida por la Virgen María. Su rostro irradiaba paz, y los Santos Ángeles lo rodeaban en silencio.”
IV. Hechos relevantes: visiones y testimonios de santos.
Santa Faustina Kowalska relata en su Diario que el Niño Jesús se le apareció en varias ocasiones, con una mirada profunda y una voz dulce que le decía: “Deseo que las almas se acerquen a Mí como a un Niño, con confianza y amor.” “El Niño Jesús me mira con ojos de eternidad. En su silencio, me habla de confianza. En su fragilidad, me revela su fuerza. En su pobreza, me enseña a desprenderme.”
San Antonio de Padua, en una visión, sostuvo al Niño Jesús en sus brazos. El Niño lo miró con ternura y le reveló secretos del Reino.
Santa Teresita del Niño Jesús hizo de la infancia espiritual su camino de santidad, inspirada en la humildad del Niño Dios: “Quiero ser pequeña, como el Niño Jesús, para que Él me levante en sus brazos.” “¡Oh Jesús, mi pequeño Rey! En tu infancia escondes la grandeza de tu amor. Me acerco a Ti sin temor, porque eres pequeño como yo, y en tu sonrisa encuentro el cielo.”
El Divino Niño Jesús no es solo una etapa de la vida de Cristo, es una escuela de santidad. En su pequeñez, nos enseña a confiar. En su obediencia, nos enseña a someternos con amor. En su pobreza, nos enseña a desprendernos. En su silencio, nos enseña a contemplar.
Contemplar al Divino Niño Jesús es volver al corazón del Evangelio: Dios se ha hecho pequeño para que nosotros podamos acercarnos sin miedo. Él no exige grandeza, sino entrega. No busca sabios, sino sencillos. No espera perfección, sino amor.
Que esta lectura sea una invitación a mirar al Divino Niño Jesús con ojos nuevos, con reverencia, con ternura, con gratitud. Y que, como Santa María y San José, sepamos acogerlo, servirlo y aprender de Él.
“Oh Divino Niño Jesús, enséñanos a ser pequeños, humildes y obedientes, como Tú lo fuiste en Nazaret. Que tu infancia nos transforme, y que tu ternura nos salve.” - Oración de San Alfonso María de Ligorio.
Autoría: Karla Patricia Rouillon Gallangos.
Que Dios les conceda, a través del Arcángel San Miguel, las Gracias que necesiten.
Que Dios les conceda a todos la Gracia de una verdadera conversión y una sincera confesión.
Karla Rouillon Gallangos
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